El "sí a huevo" es, probablemente, la principal premisa que tiene que tener en cuenta un improvisador.
Su nombre hace referencia a la capacidad que debe tener un improvisador para aceptar una propuesta proveniente de otro improvisador.
Durante una improvisación, en escena, el número de factores a los que hay que prestar total atención y su grado de indeterminación (no olvidemos que se está improvisando y nada está preparado) hacen que, en determinadas situaciones, pensar en el desarrollo de la historia (hacia donde va a ir, cómo va a terminar...) pueda hacerse realmente difícil.
Es por esto que confiar en los demás improvisadores y aceptar sus propuestas es imprescindible. O sea, decir "sí a huevo" a cualquier propuesta que nos lancen.
Como ejemplo supongamos que estamos al comienzo de una improvisación. Aun no ha pasado
prácticamente nada. Alguien entra en escena y te dice: "Esclavo, trae el carruaje rojo que vamos a dar un paseo". A partir de ese momento, y aunque tu tuvieras pensado que ibas a ser la reina de
Saba, el "sí a huevo" exige que seas un esclavo. Lo mismo sucede si te dicen "Juan, nos vamos al
Himalaya ya" o "
Felipe,
vámonos al médico que estoy rompiendo aguas".
Esta actitud se toma por varias razones:
- Ensuciaría la escena negar lo que el otro a dicho y se perdería toda la realidad que pudiera existir en la improvisación.
- Puede conllevar a discusiones entre personajes. Las discusiones en improvisación no son, en general, positivas puesto que pueden ralentizar en demasía la historia.
- El improvisador que hace la propuesta se queda vendido, sin respuesta posible.
- Es probable, aunque en improvisación nada es seguro, que la propuesta conduzca a un determinado acontecimiento o situación que provoque que la improvisación avance correctamente.
Tal es la importancia del "sí a huevo" en improvisación teatral que para evitar las negaciones y castigarlas, en el
reglamento del "
Match de Improvisación" existen
faltas de "
Confusión" y "
Rechazo de personaje" con sus consiguientes penalizaciones.